sábado, 19 de febrero de 2022

Confieso que he pecado

 

            Una urgencia motivó la búsqueda encarnizada del libro en cuestión. En la era de las guías, los “tips”, los consejos y los tutoriales paso a paso, las soluciones se me ofrecían a diversos costos o en cinco minutos de video. Resulta increíble cuando una se sienta a pensar los epítetos y frases que comienzan a endilgársele a la literatura infantil. Habría que pensar cómo la educación y la literatura se han venido conectando desde el siglo XIX en adelante, y cómo se ha ido instrumentando el cuento de hadas y la fantasía hasta llegar hoy a una publicación como ¿Qué tienes en tu pañal? (Uranito, 2017)  protagonizado por animales de granja.  

            Podríamos ubicar como libro pionero del subgénero “historias sobre caca, pis y pañales” al galardonado El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza de Werner Holzwarth y Wolf Erlbruch publicado por primera vez en 1989. Un cuento escatológico que parece haber nacido con una intención cómica, pero que a la fecha está dentro del catálogo de obras para “naturalizar el hecho de que  todos cagamos”. Estas categorizaciones y etiquetas pululan en las páginas para mamás que cargan con la responsabilidad de sacarle los pañales a sus hijxs. Y como en el niño todo es “soltar” (soltar el chupete, soltar la teta, soltar el título de “hijo único”, etc), se hinchan los estantes de las librerías de historias que pretenden un “acompañamiento respetuoso”. Muchas veces son títulos con una edición espectacular y unas ilustraciones sorprendentes, donde al final no se puede creer que hayan sido hechos para un solo fin.

            Ante la situación de urgencia que me encontraba, cedí. Como mujer de Letras, partidaria del valor estético referenciado por Andruetto en Hacia una literatura sin adjetivos (Comunicarte, 2005), pequé. Buceé en lo más profundo de la literatura infantil instrumentada y compré ¿Qué tienes en tu pañal? de Sandra Grimm, un primo-hermano –por no decir plagio- de ¿Puedo mirar tu pañal? (SM, 2009) de Guido van Genechten. Autor que nueve años antes publica El libro de los culitos (SM, 2000), dejando claro que el negocio de la caca, el pis y el pañal no pasan de moda.

            Podría ser más indulgente conmigo y decir que quise hacer un experimento, una prueba para saber si estos libros -que en el fondo de mi alma detesto- funcionan. Pero no fue afán científico-pragmático, fue una urgencia*. Creer que este tipo de productos (¡y qué horrible llamar así a un libro!) solucionará casi de inmediato la necesidad de que  mi hija deje el pañal… pero como escribió Despentes (2006) “un  buen consumidor, es un consumidor inseguro”, y yo nunca estuve segura de que mi hija podría ir al baño por su cuenta en el corto plazo. Pensaba que el desarrollo lingüístico estaba asociado a la madurez de estos hábitos, pero a la vez escuchaba testimonios de “suelta precoz de pañal” y me intranquilizaba. Creo que lo mismo me ocurrió cuando escuchaba testimonios de mujeres que parieron inesperadamente, que rompieron bolsa y ni se dieron cuenta, que prácticamente escupieron al crío. Claramente no fue mi caso. Volvamos al libro.

      La narrativa predominantemente dialogada de ¿Qué tienes en tu pañal? no tiene lugar a metáforas, apenas si se percibe un sentido figurado. La premisa en sí, una vez finalizada su lectura es “No uses pañal porque cuando cagás olés mal y fastidiás al resto”. Estos animales “apañalados” que participan de la historia defecan heces diversas y tienen en común la fetidez. De inmediato pensé que -salvo que yo lo forzara con entusiasmo- mi hija no percibe ese olor como algo negativo, no lo rechaza. Entonces, no podría esta premisa motivar que abandone el pañal.

            Lo cierto es que lo compartí con ella, lo leí animosa, haciendo la voz y los gestos de cada animal pero sin pasión, sin disfrute ¿Quién puede leer con ternura y entusiasmo un libro que está pensado para un solo y único objetivo? ¿Qué se disfruta de estos libros-guía? ¿Sólo el resultado? Cuando efectivamente dejan los pañales ¿se abandona su lectura? ¿Se hereda? ¿Se revende en el mercado de las soluciones inmediatas? No había nada que descubrir, ni nada de qué impresionarse porque ciertamente todxs cagamos. Nunca fue el elegido de las noches, ni el que se llevaba en la mochila para el viaje.

            La maestra Graciela Montes escribía con benevolencia sobre las categorizaciones por edad y el carácter utilitario que la escuela le ha dado a los libros (Lugar Editorial, 2001). No crean que ella no sucumbió a los abismos de “historias sobre caca, pis y pañales”. En 2001 publicó Federico se hizo pis (Sudamericana) con ilustraciones de Legnazzi. Dos grosas ¿trabajando a demanda del mercado? Tanto el texto como las ilustraciones arden en el fuego de la literalidad.

            Para concluir, creo que así como se aprende a leer literatura, se aprende a ir al baño ¿Qué es lo necesario? Tiempo, sobre todo. Y compañía, alguien que esté ahí cerca para decirte, comentarte, preguntarte, escucharte. No existe algo más fuerte que nosotras mismas arengando ad infinitum, contra todas las presiones y las autoexigencias. Sentaditas esperando que venga el pis o la caca. Sentaditas conociendo historias de brujas, tomando contacto con las palabras, sabiendo dar vuelta la página con amor, con suavidad. Sabiendo cómo se tira la cadena, cómo limpiarse después. Me llevo todo el crédito de la superación de los pañales porque mientras yo pasaba el trapo al piso, en la biblioteca descansaban, indiferente, el conejo Quique y sus amigos.

 

 

*En otro momento podríamos discutir qué son urgencias para la madre de una niña de 3 años en el siglo XXI.

domingo, 4 de octubre de 2020

“Mi hijo de siete años lee trabado ¿Qué puedo hacer?"

 

Algunas ideas para quienes acompañan el proceso de alfabetización


 

Hace un par de días me preguntaron cómo ayudar a un chico de siete años para que mejore su lectura en voz alta. Según su maestra, no lee fluido y precisa practicar.

Llegó el momento en que la lectura aparece como guía para medir avances y retrocesos. Llegó el momento de evaluarla. Llegó el momento de la lectura como obligación.  Comienza el vínculo inseparable entre la escuela y los libros. Porque vale decir que -en muchas ocasiones- los libros no aparecen antes de la escuela. Pueden aparecer sí: un regalo de la tía-abuela, un libro ilustrado para mirar que yace tímidamente entre las muñecas y los camiones, pero no como prácticas diarias, cotidianas. No como momentos placenteros (ese ideal de lectura de lxs maestrxs) compartidos con un adulto. Ni siquiera muchas veces como un hacer concreto (Alguien en casa interrumpe tu lectura porque ve que no estás haciendo nada). Muchas veces reducido a esa pausa “antes de que se vayan a dormir”, donde podemos dedicarle(s) el último 10% de batería que nos queda.

En los hogares privilegiados de nuestro país, el niño o la niña cuenta con una biblioteca tipo Montessori, que deja a la vista las tapas de coloridos libros-álbum, con diversas propuestas de un sinfín de editoriales nacionales e internacionales. Allí, entre mullidas alfombras, almohadones con formas o en una silla de tamaño niño, la mamá y/o el papá se sientan a hojear con fascinación o cuidado aquel material estimulante y didáctico, junto al pequeño lector al que le acondicionaron especialmente el espacio. Por qué no alguna “carpa de lectura”, carpa india o tipi.

Volvamos a la realidad. Quiero decir, volvamos al caso de padres y madres trabajando fulltime, conviviendo en pequeños ambientes con uno o dos hijos en edad escolar, donde en algún mueble se van mezclando textos entre los cuales podemos encontrar libros (el de mamá cuando le compraban la colección Billiken, el regalo de la tía-abuela, el que pidieron en la escuela el año pasado). Y un día la maestra le avisa a esa mamá (o papá) que el niño no avanza en su lectura, que apenas un silabeo, que tiene que practicar. La preocupación inunda la consciencia de esos adultos que escuchan a la maestra y piensan ¿qué podemos hacer? Bueno, en resumidas cuentas, vamos a las sugerencias.

“Mi hijo lee trabado” “Mi hija lee muy pausado” ¿Qué puedo hacer?

La mamá prueba practicando palabras segmentadas, combinando consonantes y vocales, separando en sílabas. Bien. Método silábico. Los conocidos aplausos. El niño va practicando en base a la segmentación de la palabra. Puede que esta práctica a la postre redunde en una lectura más veloz, pero aquí, en este ejercicio entre matemático y abstracto ¿dónde está la lectura? Digo ¿Qué se entiende por lectura aquí? En esta actividad la lectura es decodificación, reconocimiento de sonidos (fonemas), mera repetición. ¿Cuál puede ser el problema con la concepción de lectura que sugiere esta práctica? Como tarea (obligatoria) puede generar un displacer totalmente contraproducente para la lectura (fluida).

            Entonces, ¿qué otras alternativas tengo como acompañante en el proceso de alfabetización de mi hijx?

            Presentar la lectura como un juego en parejas o grupal

En principio, concebir la lectura como un momento compartido.

Utilizar libros con pictogramas donde uno “juega” a combinar letras e ilustraciones, y lee.

            Elegir algún libro sin texto, un libro álbum. Utilizarlo como otro tipo de acercamiento a la lectura. Leer las imágenes, en voz alta, interpretar, jugar a descubrir significados, contar uno la historia según lo que va observando.

            No siempre deben ser temas comunes y corrientes (“Pedrito va a tener un hermanito”) o tipos de ilustraciones realistas. Optar por algún libro que les acerque un nuevo mundo, algo por descubrir y descifrar.

            Durante la lectura

         A tener en cuenta lo siguiente. Si tu niñx se lanza a leer, no lo estés corrigiendo constantemente. No interrumpas su lectura. Si querés indicarle el cómo se lee bien, hacélo en otro momento, cuando a vos te toque leer, y a tu hijx, escuchar. Con el tiempo, cuando te escuche y reconozca esa palabra, la incorporará. A nadie le gusta que lo interrumpan y lo corrijan todo el tiempo. Lo que puede suceder es que el lector/a pierda confianza; y no es lo que buscamos.

            Para todo el tiempo

         Paciencia y constancia. Los ingredientes mágicos. No es una tarea fácil y cada niño y niña tiene su tiempo. Muchas veces los maestros y maestras parecen presentar la alfabetización como un proceso natural, como algo que irremediablemente sucede una vez que se comienza a tener contacto con el abecedario, los cuadernos, los libros, la pizarra. Pero no. Leer y escribir es difícil/lleva tiempo porque implica absorber toda una serie de reglas, y esto se hace cuesta arriba si el niño o la niña no tuvo contacto con los libros, las letras, la lectura en voz de sus padres, antes. La idea de la estimulación temprana es también ajena a muchos hogares por desconocimiento, por falta de tiempo o recursos, etc.

            Por último, y muy importante. Tener el o los libros en un lugar visible y accesible. No son adornos ni objetos para atesorar. Se usan, se rompen, se manosean, se gastan, se prestan, se ensucian, se pegan con cinta scotch




Algunos libros de precio accesible con pictogramas y buena calidad literaria:

La colección Había una vez de Loqueleo Santillana de Graciela Montes con distintos ilustradorxs. 

Había una vez un lápiz de Adela Basch y Sara Sedrán, Ediciones Abran cancha.

Algunos libros-álbum con poco o nada de texto y a un precio accesible dentro de todo:

La cosa perdida de Shaun Tan, Editorial Calibroscopio.

De noche en la calle de Angela Lago, Ediciones Ekaké. 

La bruja y el espantapájaros de Gabriel Pacheco, Fondo de Cultura Económica.



lunes, 31 de agosto de 2020

El pequeño mundo en que vivimos

En una entrevista publicada el pasado 28 de julio, la Dra. Valeria Abusamra, afirmaba “no me parece que tengamos que preguntarnos por qué los y las estudiantes de todos los niveles de escolaridad no comprenden lo que leen, sino que deberíamos indagar en qué estamos haciendo los adultos para formar buenos comprendedores.”. Me gusta la idea de preguntarme como docente por qué. Y en general, hacer y hacerme preguntas. Aunque existan y se repitan hasta el infinito respuestas como “no leen”, “no escuchan”, “no estudian”. Nunca tengo la certeza absoluta de que estos motivos les quepan a alguna de mis alumnas o alumnos. Lo que he notado es que nada de lo que nos proponemos que ellas y ellos logren es algo sencillo. Tampoco la escuela se ha encargado de planificar una modalidad específica de trabajo que active a los y las estudiantes en estas áreas donde -según se dice- fallan. Durante años, he presenciado reuniones y capacitaciones colmadas de nuevas (¡y viejas!) ideas en pos de hacer la diferencia y comenzar a generar un verdadero cambio. Lo cierto es que nada de esto se sostiene o logra tener mayor alcance, y en última instancia, sólo algunxs docentes ponen esas nuevas ideas a funcionar integrándolas a sus planes y modalidades de trabajo.

Las clases virtuales, además de agregar al intercambio dificultades de carácter vincular con lxs estudiantes (porque se ha tornado complejo convocarlos desde la pantalla, y en un Meet o Zoom rige la conversación de manual: es mi turno, yo hablo; es tu turno, yo escucho), me obligó a adaptar muchos proyectos y propuestas que implicaban hacer de manera colectiva (llámese bochinche: todos juntos hablando uno encima del otro, interrumpiéndose), y sobre todo, de poner el cuerpo en la tarea, moverse. Hace tiempo, para ampliar los estímulos, comencé a utilizar imágenes en mis clases, trabajos y evaluaciones: pinturas, fotografías, ilustraciones, símbolos, etc. Una cree que al estar en tiempos donde la imagen prevalece, esta incorporación acabaría siendo algo provechoso. Pero no sé qué tanto pueden servir las imágenes cuando uno no puede detenerse aunque sea dos minutos a interpretar su(s) significado(s).

Cómo llegar a la contemplación de una obra de Antonio Berni, una ilustración de Rebecca Dautremer, una fotografía ganadora del Pulitzer y que de todas ellas se emanen infinitas nuevas historias, se desplieguen nuevos miles de caminos para recorrer. Y entonces sí: leer, despertar pensamiento, interpretar. Todo lo anterior es del orden del deseo. Pasemos a la formalidad del asunto.
           
La consigna fue: seleccionar una ilustración de un cuento infantil clásico y analizar cómo están representados los personajes u objetos mágicos. Brevemente, 10 líneas. Debajo, añado mi propia lectura de una ilustración de Mima Castro, a partir del cuento Hansel y Gretel. Me doy cuenta en su relectura que el mpio no es el mejor ejemplo, que le faltan algunas consideraciones. Explico todo esto en vivo, en la clase virtual. Considero entonces importante la relectura, la re re re re lectura ¿Alguna duda o consulta? No ¿Alguna pregunta? No, ninguna.



la semana, comienzo a recibir sus trabajos ¿Preguntas? Varias. ¿Por qué no recibo trabajos creativos? ¿Por qué les cuesta interpretar? ¿Cuál es la dificultad frente al lenguaje simbólico? ¿Qué parte de la consigna no fue clara? ¿Qué parte de la explicación de la consigna no fue clara? ¿Qué están mirando? ¿Qué significa mirar para ellxs? ¿Qué es analizar para ellxs? ¿Por qué sólo describen? ¿Por qué sólo renarran la ilustración? ¿Por qué juzgan, afirman o critican sin observar a fondo la ilustración que eligieron? ¿Por qué esos trabajos se fundan en presupuestos, en prejuicios, o peor en frases repetidas hasta el hartazgo que pululan, bastardas, en el imaginario social?
Supongamos que intento alguna respuesta a todo este maremágnum. Supongamos que puedo ordenar todo el fárrago de frases hechas y de lecturas literales. Por un momento me tranquilizo. Asumo que manejo una falsa creencia acerca de cuánto puede servir una imagen para trabajar con los jóvenes. En el mundo memificado, en el mundo de las Historias vía Instagram deslizándose velozmente (como agua que se escurre entre los dedos), donde la devolución es un like o un comentario (positivo o aberrante, no hay punto medio), donde el filtro de moda se replica sin piedad, cualquier cuadro de Monet se vuelve abstracto, difuso, estéril.
Vuelvo a la frase de Valeria Abusamra. “Deberíamos indagar en qué estamos haciendo los adultos para formar buenos comprendedores”. Y aquí estamos. Pero ¿termina acá el asunto? No. Recién comienza. Si la información o los estímulos que provee la facilidad e inmediatez de las redes no sirve como conocimiento de mundo, si las imágenes que circulan y se replican están ahí porque sí y son compartidas porque sí, si lo que abunda es lo superficial y lo irrelevante, entonces, es tiempo de redoblar la apuesta. El/ la docente tiene que atender hoy más que nunca a su rol como quien invita a reflexionar sobre el mundo que nos rodea, sobre el tiempo y el lugar que nos reúne, y no porque sí o porque es lo que tiene por deber hacer, no porque lo indica el espacio curricular o el programa. Porque habrá que intentar una y otra vez el ejercicio hasta que más o menos salga, y estar ahí escuchando a ver qué sale, preguntando a ver qué sale. Va a llevar tiempo porque no es sencillo, comprender el mundo no es sencillo, expresar pensamiento no es sencillo. Y más si venimos de años de ser azotados por la memorización y la repetición de fórmulas fijas, en la rígida estructura de obedecer.

domingo, 21 de junio de 2020

Que sea magia



Para quienes amamos los libros, entrar en una librería produce un éxtasis particular.  En mi caso, me transformo en ese individuo consumista que nunca deseé ser. Pero verlos me abre inevitablemente el apetito. Una quiere entrar y comenzar a devorar tapas y contratapas y hojear como queriendo encontrar un mensaje del tipo: “Es este, soy yo, lleváme”.

Durante este período de aislamiento, revolver estanterías se transformó en búsquedas online, consultas de catálogos web, y no siempre saber qué había detrás de esas tapas y de esos autores. Cada editorial y cada librería quiere ante todo vender y todo libro es presentado como una joya imperdible.  Hoy es momento para compartir con Lila y sus flamantes 18 meses,  y ese regodeo de sentarse con ella y contar cuentos, y nombrar palabras, y conocer historias.

No sé bien cómo, pero llegué a Hervé Tullet. Y aunque abundaban las reseñas sobre sus libros, no quise indagar mucho más porque lamentablemente comienzan a aparecer esos blogs donde el libro es presentado como algo “útil para” y se adjuntan las referencias acerca de la edad aconsejable para leerlo. Sostengo que hay una franja bastante amplia desde el primer año hasta los seis o siete, donde el mismo libro puede dar muchas y muy diferentes satisfacciones. Por eso, ignoro las indicaciones “a partir de tal edad”. Como decía, se lo presentaba a Tullet como un artista que hacía libros “muy estimulantes” e “interactivos” para los más chicos. No fue justamente por estas virtudes por lo que terminé adquiriendo uno de sus ejemplares. Hubo algo llamativo en los títulos y sobre todo en las tapas que conquista, y no hay mucho más que explicar sobre eso. En la literatura infantil es muy fácil caer bajo el encanto de ilustraciones y títulos cómicos o misteriosos. Supongo que esto tiene relación con el destinatario, que algo sea lo suficientemente dulce y colorido para que incite a los más peques a arrimarse.

Lo colorido en el escritor/ilustrador francés está. Pero también hay otra cosa. Cuando compré ¡Magia! no sabía qué había en él. Bueno, podía suponer que dentro del libro habría magia o algo parecido.  Al abrirlo por primera vez experimenté una especie de desilusión, mientras  tanto, Lila manoseaba con afán cada página. Todo se tornaba predecible o había algo mal traducido. Más tarde abandoné mi visión de adulto, pero aún  algo que me hacía ruido. Sin duda, un extrañamiento. ¿Había historia? ¿Había puro procedimiento? ¿Era un libro que sólo invitaba a la acción? ¿Cómo se convirtió el desencanto en admiración?

He observado en estos años de lectura, exploración y estudio de literatura infantil que los libros ilustrados oscilan entre dos estilos en apariencia opuestos. El primero de ellos se acerca a dibujos naif: trazos que parecen hechos a crayón, sin respetar límites a la hora de darle color a las figuras, prescinde de detalles y elementos escenográficos. Los dibujos se presentan desprolijos y consiguen un efecto de espontaneidad (Isol, Garrido, Brocha, por poner algunos ejemplos). El segundo de estos estilos, se inclina hacia el CGI (Computer-generated imagery) o dibujo 3D, donde sí prolifera el detalle y reinan los matices de colores, las luces y las sombras (Morón, Aguerrebehere, entre otros). Claro que entre estos dos, hay un gran espacio intermedio en el cual encontramos mixturas. Lo que tienen en común estas historias ilustradas es que los personajes son humanos o animales, y claro, el ilustrador o ilustradora nos reproducen figuras antropomorfas o animales. Contrario a esto, el  Turlututú de Tullet es ese algo con un gran ojo y corona.

El contenido de los relatos infantiles ha sido profundamente estudiado en el ámbito de la educación de los más pequeños. Por desgracia, aún se mantiene ese afán de relacionar exclusivamente la lectura con la enseñanza-aprendizaje (catalogar por edad, catalogar por tema, libros con pictogramas o con letra en imprenta mayúscula). Incluso yo misma a veces lo pienso y lo reproduzco. Pero cuando aparecen historias irreverentes como El globo de Isol o propuestas como las de Tullet con Magia, vuelvo a creer en el gran sentido que posee la literatura en general, en la Literatura como un espacio de pura creación. Locuras como las Tullet serían desaconsejadas por la educación Montessori  -tan de moda por estos días-, donde la fantasía y las abstracciones están ausentes para dar lugar al realismo y a lo concreto, ya que según María Montessori, el niño no distingue entre lo real y lo imaginario hasta después de los seis años de edad. Y es entonces a partir de los seis años que podría utilizar la fantasía. Una vez más, el sentido utilitario de la literatura.

Yo no sé bien para qué podrá servirle a Lila conocer a Turlututú, un ser que va mutando y que enloquece de colores. Lo cierto es que tanto a ella como a mí nos encanta hojearlo. En mi caso, por esa falta de forma concreta, porque no es algo fijo y estanco, porque no hay relato y hay momentos. Seguro que Lila disfruta también este "yo" tratando de desentrañar la propuesta de Tullet, en plenísimo extrañamiento. Ese placer que llega de no sé dónde ni para qué,  ¿por arte de magia quizás?

martes, 2 de junio de 2020

Al abrigo de la lectura


Un día como hoy quiero escribir sin metáforas de plantas o alimentos. Acercar simplemente un consejo práctico.

Existe un fenómeno observable en lo cotidiano, y esta cuarentena de días que no pasan, se llena de momentos muy parecidos a otros momentos. Quiero decir, situaciones que se repiten, en días que parecen hacerse más largos.
Según el nivel de optimismo o voluntad con el cual cada uno haya asumido esta pausa, podemos hablar de un "aprovechar". ¿Qué propician estos largos momentos con otros? ¿Qué puede resultar positivo de situaciones repetitivas?

Si estás cerca o a cargo de niñxs pequeñxs, no hay por dónde perderse. Buen momento para "la gran ocasión", diría Graciela Montes. 
Buen momento para crear el quieto y silencioso hábito de lectura. Sí. 

Con los más pequeños (un año en adelante) sería una lectura  "algo" quieta y en voz alta, claro. 

📔No es necesario tener muchos libros. Los más pequeños van descubriendo detalles poco a poco. Y al principio es tenerte cerca a vos, escuchar qué sale de esas hojas, luego poner cuidado a las ilustraciones o experimentar con las páginas (sí, pueden morderlas o romperlas).

⏰No es necesario sentarte una hora reloj. Apenas un rato en un lugar cómodo y sin distracciones (lejos tv, celulares y notebooks). 

👩‍👧Y lo más importante y que nunca falla: compartir un marco de atención conjunta. Estar ahí, sin ser grandes actores ni lectores, sin tener la mejor colección de relatos infantiles. Sólo ESTAR AHÍ.

✔️Este breve ejercicio les brinda increíbles oportunidades para el desarrollo del lenguaje, en su relaciĺn con vos y con los libros. Y también una idea de juego que muchas veces implica estar sentado, o acostado, solo y silencioso. Algo que como madre o padre en algún instante deseamos, y los libros tienen ese poder de imantación. Pero no es algo natural hay que buscarlo.

❄️Quedan meses de cuidarnos quedándonos en casa, y luego viene el invierno... De 1 año hasta 99, ¡hacé la prueba y después me contás!





martes, 28 de enero de 2020

Lo que les hace ruido es el calificativo.


Desde aproximadamente el 2018 está circulando una discusión interesantísima sobre el llamado lenguaje inclusivo. Movimientos sociales y feministas han comenzado la tarea de propagar una forma de flexión morfológica sobre toda aquella palabra que refiera género (para esta lengua que nos colonizó: masculino y femenino). Un bravo ejercicio de modificación de algo tan cotidiano, espontáneo y verdaderamente inconsciente como la forma de hablar ¿Por qué hablamos como hablamos? ¿Por qué nos referimos a tal o cual cosa de determinada manera? Bueno, los contextos condicionan nuestras “elecciones” (qué decir, cómo decirlo). Cuenta la leyenda que todas las docentes hablamos igual, o que hablamos de lo mismo. Sin duda, estar dentro del ámbito de la educación nos lleva indefectiblemente a un modo especial de decir. También –y volviendo con la discusión- la temible tarea de usar la letra e para referirnos a un grupo mucho más amplio que el binomio impuesto, nos conduce a pensar la estrechísima relación entre la lengua y lo social (o el carácter social de la lengua). La lengua parece acompañar los cambios sociales. Y estas propuestas nos conducen a plantearnos preguntas sobre lo que está aconteciendo, qué se está moviendo alrededor nuestro. Yo misma comencé a cambiar la manera de dirigirme al curso cuando pensé en el significado de la palabra “alumnos”, y a partir de esto, ya en el aula fueron compañeros y compañeras. También a la hora de remitirme a la llegada de los españoles a nuestro suelo: ya no se trata de un “Descubrimiento” (con mayúscula), es una invasión (y posterior saqueo y muerte). Las palabras, su forma y su significado, nos dicen mucho más de lo que en apariencia parecen nombrar. Los más jóvenes están cargando la bandera de este proceso. Claro, si uno asume este reto, debe atenerse a las críticas, sobre todo del mundo hiper experimentado de los adultos. Aunque también hay jóvenes que reproducen las palabras de los adultos (y de los medios de comunicación donde abundan los adultos). Los acérrimos detractores del lenguaje inclusivo, aducen que inclusión es: menos ruido para quienes poseen TEA, o rampas para quienes usan sillas de rueda, o cartas de restaurant en Braille. Sí. Eso (también) es inclusivo, pero de otra manera. Hay algo que los grandes críticos del movimiento de la e parecen omitir, que es el carácter profundamente simbólico del lenguaje inclusivo, y es tan fuertemente representativo que justamente ha despertado pensar en qué es lo inclusivo, qué es inclusión. Sin duda es más fácil destruir a una adolescente que dice “les diputades están indecises” que ir a presentar una propuesta formal a una Concejo deliberante, a un espacio gubernamental para que efectivamente: haya menú para no videntes (ah, y ya que estamos, que haya Braille en todos los espacios públicos ¿no?), y rampas bien construidas para silla de ruedas (ah, y ya que estamos, veredas sanas de todos los barrios  así se puede circular con seguridad), y menos bocinas y menos música alta para los chicos con TEA, y yendo a una exclusión que yo misma experimenté: bancos en todas las paradas para que las embarazadas esperen el colectivo, espacios cómodos y limpios para poder cambiar a tu bebé o para darle de mamar tranquila, control para que los choferes no manejen al palo y los ancianos y embarazadas puedan agarrarse y bajar seguros, etcétera, infinitos etcéteras.

La escuela ha estado siempre muy presente en el debate en torno a la inclusión. Es realmente polémico que todavía existan “Escuelas especiales”, y la realidad es que ni los docentes estamos realmente capacitados para la inclusión, ni la infraestructura de las escuelas están listas para la inclusión, y la sociedad toda tampoco. Pero es más fácil golpear hasta el hartazgo a la piba que dice “nosotres”.
Últimamente me he visto en una encrucijada (o en varias) porque sé que la escuela no es inclusiva, en su naturaleza más íntima no lo es. Incluso la Universidad. Conozco chicos con severa dislexia que se les hace imposible resolver un parcial ¿Hay instancia oral para ellos? ¡No! “¡Que vean cómo hacen o chau”. En el aula hay una diversidad que sólo te permite pensar de manera inclusiva, y no detenerte a defenestrar a quienes deciden hablar con la e. Es hasta una cuestión de costumbre para el oído.
No me molesta para nada escuchar la práctica del lenguaje inclusivo, ni en les chiques, ni en les adultes, tampoco en la escritura. No es nocivo, no es peligroso, la lengua es una cosa viva que va mutando y pensar que algo no va a cambiar es realmente ingenuo (o terrible para los que buscamos mejorar el día a día).
Soy de las optimistas, me molesta más la mina que estaciona (de hecho y casi siempre) en la rampa y no me deja subir con el cochecito de mi beba. Soy de las optimistas, no es una desgracia un cambio de este tipo si nos hace pensar tantas otras cosas.
No toquemos sólo de oído, si hay que comprometerse con la inclusión y embanderarse con una causa, háganlo en acciones concretas, y no en comentarios al paso por las redes sociales. Seguramente les pibes que usan lenguaje inclusivo serán los primeros en apoyar cualquier cambio revolucionario y estructural en torno a la inclusión. Integremos a los jóvenes, dejemos de bardearlos.